Allí estaba, en mi recuerdo. Tan alto y yo llegándole a los hombros.
Siempre me he preguntado por qué me gusta tanto físicamente, con ese color de piel y cabello castaño… Sí, así me gusta él.
Ese día yo lo volvería a ver… me senté en un rincón, con una imagen en mi mente, visualizando su mirada de aquellas primeras veces en las que eran una incógnita.
Rondaban ahí, mis sentimientos antagonistas, sensaciones no olvidadas, etc. Había algo que no podía creer y que es algo innegable, nuestra química ¿vital o fatal? Alguna vez trate de encontrar la fórmula que revocase esa atracción
Llegó la hora; él, traía esos ojos tímidos, estaba en mi puerta otra vez, saludándome con un beso en la mejilla y en mi cuerpo esas incontrolables ganas de abrazarlo, no comprendía hasta ese momento; porqué presintió mi corazón un final.
De pronto tuve la necesidad de mimarlo, de borrarle todo aquello que le causaba malestar y de sellar en él, ese dulce sabor de mi paciencia.
Recibirlo con suaves y dulces palabras mientras mis manos buscaban las suyas.
¡Qué cerca y qué lejos!
Él se quedó parado como un extraño. Qué irónico, yo sedienta y él un desierto.
Se recostó en mi sofá rehuyendo a mi mirada, yo lo abrace pidiendo que su mirada se conectara con la mía, zambullida en sus ojos intentaba situarme con algún pretexto en esa puerta tan difícil de atravesar.
Lo sentí acorralado, en silencio y su lucha era interna. De pronto empezó a hablar. A enumerarme las múltiples actividades de estudios y trabajo que sustentarían quizás su ausencia esos días y yo sintiendo en mi espalda una mochila que no me pertenecía.
Dos minutos fue su sesión de palabra, pero suficiente para quebrarme el alma, yo necesitaba sacar de mi espalda una carga que no me tocaba llevar.
Soy yo el problema… el me ha dado más, rehuyendo nuevamente a mi mirada...
Creyendo que yo reclamaría algo tal vez; porque él había renunciado.
No! no había reproches, no hubo un pacto, no firmamos un contrato, sin embargo yo lo quería como a nadie, él cambió mi vida, eso fue un hecho, un atributo merecido y un profundo agradecimiento.
Pero en ese momento sólo quería disfrutar lo que me quedaba de él.
Me refugié entre la oscuridad de mi mirada escondí el llanto, no quería que él viera mis lágrimas, absurdo orgullo quizás, prefería romperme a solas que doblarme frente a él, como dicen por ahí, es mejor morir de pie que de rodillas, por ese orgullo perdí la oportunidad de decirle “te amo, tu eres una de esas razones que hacen mi vida mejor”, mirando sus ojos.
Nos quedamos en silencio y coincidimos en un beso, un gran beso arrebatado con todos sus sinónimos, él peinaba con sus manos mi cabello, sus besos mi debilidad y sus caricias mucho más…
pero ahí permanecimos, abrazados, callados... yo no estaba allí en busca de sexo, él como hombre me encanta y lo es en toda la extensión de la palabra, pero esta vez mi necesidad era otra.
Yo buscaba una conversación desnuda, sin verdades a medias, tan sólo la “verdad” desprovista de todo… mientras lágrimas contenidas al mismo tiempo me recordaban el sabor agridulce de una despedida…
Había llegado el momento, un fuerte abrazo…
-Cuídate! Me dijo
-Llámame, Cuídate mucho ¿sí? –agregué yo,
Mientras sus brazos rodeaban mi cuerpo y mi rostro pegado en su pecho, con un nudo en la garganta y el brillo en mis ojos
-¿vas a venir mañana? le pregunté…
Mirándome dulcemente, me dijo – Sí
En silencio, ya en la puerta puso un dulce y rápido beso en mis labios y una suave y delicada caricia en mi rostro.
Me separé despacito, mientras el caminaba directamente hacia su motocicleta. No volteó ni una vez, subió y entonces… hizo un gesto con la mano de despedida. Qué profunda pena sentí, pena de regresar al no saber si lo volvería a ver, tantas veces se fue, tantas otras regresó, pero esta vez había un particular sabor a despedida…
Allí seguía yo viéndolo marcharse, de pié, con un temblor en todo mi cuerpo, entre la tristeza le sonreí…
Entre el ruido de su motocicleta encendida se perdían mis deseos con él, alzando mi mano diciéndole adiós y en silencio un "Te quiero .. Hasta siempre...”